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miércoles, 2 de marzo de 2016

NO HAY BARRERA

Otro día sombrío, frío y grisáceo invadían los pensamientos de Diana. Todos los días eran igual en aquella cárcel para niños. Laberinto sin salida, donde vivían prisioneros los sueños de  otras niñas como Diana. Había crecido allí viendo como llegaba niña tras niña y a la vez como tantas otras se iban hacia lo que ella tanto ansiaba, la felicidad. Perdía la esperanza y se cuestionaba la existencia de Dios, el único que hasta ese entonces le deba fuerzas para seguir. Le reprochaba por no poder ser ella misma,  por ser presionada, rechazada y castigada al no ser hombre. Solo deseaba vivir en libertad, privilegio que solo gozaban los hombres en pleno siglo XX .

Diana había llegado siendo un bebé, nada se sabía de ella ni de sus padres, si se pueden llamar así. Ni siquiera nombre tenía en aquel entonces, fue una de las cuidadoras llamada Cecil quien la llamó Diana. Según rumoreaban en honor a la diosa de la caza como signo de lo que llegaría a ser. Todavía esperaba ese destino mientras la enseñaban su único deber: ser una buena esposa.

Igual que siempre se levantó antes que las otras niñas, se peinó su rizada melena rubia y se lavó su tez blanca, se puso un abrigo que le empezaba a quedar pequeño y camino sin rumbo por la vieja mansión. El sol todavía no había salido, todo estaba sumido en una completa oscuridad pero se conocía la casa como la palma de su mano. Se recorrió todo varias veces hasta que llegó a la Prohibida y se quedó enfrente de ella. Era la única habitación a la que no tenían acceso y  nunca hasta ese momento le había intrigado tanto saber que era lo que escondía la roída puerta de madera. Se acercó al pomo lentamente pero en el momento que fue a tocarlo abrieron desde el otro lado. Del susto cayó al suelo, y de repente vio que era Cecil. Hacía años que no la veía, la última vez fue…Ni siquiera lograba recordarlo. De una cosa si estaba completamente segura no había cambiado en nada. Seguía igual como recordaba. El pelo negro recogido hacia atrás, la cara llena de pecas y las gafas redondas sobre los pequeños ojos cansados. Se acercó a ella con una sonrisa y la ayudó a levantarse.

-             -    ¿Qué haces despierta a estas horas? – Le preguntó Cecil mientras cerraba con cuidado la puerta y la miraba con picardía. – Deberías de estar durmiendo pero no te culpo. Yo tampoco podía dormir cuando tenía tu edad y vivía aquí.  Eran otros tiempos. – le reprochó.
-               -       Lo siento, ya me iba – se apresuró a decir.
-               -   ¿No tienes curiosidad de saber lo que hay dentro? –  Cuestionó mientras se quitaba las gafas.
-               -    No tenemos permiso para entrar señorita – dijo en voz baja
-               -    No es eso lo que te he preguntado, Diana.
-               -    Si señorita Cecil, siento la intrusión – dijo sin levantar la mirada del suelo.
-           -   No tienes miedo – Dijo completamente seria – Las mujeres como tu hacen la diferencia, creo que estas preparada. Te espero aquí después del almuerzo. Será nuestro secreto.

Diana deseaba poder descubrir lo que allí se guardaba. Imaginaba e imaginaba arcoíris, por alguna razón su mente la mostraba una y otra vez esa imagen mientras aprendía sus lecciones como mujer. Estaba tan emocionada que el pasar del tiempo se le hizo eterno. Estuvo esperando a Cecil, seguramente llegaría un poco tarde pensó. Esperó pero no aparecía, caían las sombras sobre ella otra vez. La envolvía la oscuridad, Cecil había incumplido su promesa. De nada servía su espera, todos la abandonaban, ya no tenía caso confiar y tener fe. Había anochecido completamente y  justo cuando se iba a dar por vencida al final del pasillo apareció Cecil con lo que parecía ser una pila de libros. Cecil la miró pero no dijo nada al respecto, entró en la Prohibida y dejó la puerta abierta tras ella.
Habían millones. Había oído hablar de este tipo de sitio pero nunca había estado en una,  y menos se hubiera imaginado que dentro de la mansión hubiese una. Mientras observaba le invadió un olor desconocido pero agradable. No podía creerlo no solo había libros si no periódicos y revistas de hacía años. No podía creer que estuviese en una biblioteca. Se olvidó de Cecil y de ella misma. Se olvidó de las diferencias. Se olvidó de los grises.

Iba todos los días aun si estuviese diluviando. Poco a poco fue comprendiendo la verdadera labor de Cecil. Creía en el cambio, estudiaba y leía sobre famosas autoras y científicas que últimamente se había revelado contra la sociedad. Poco a poco Cecil le enseñó que las mujeres no solo se dedicaban a lo que le había hecho creer desde que tenía uso de razón. En el interior de Diana se comenzaba a formar su verdadera personalidad. Mostraba su sonrisa y sus grandes ojos esmeraldas destellaban admiración al investigar y  leer sobre mujeres como Rosa de Luxemburgo o Virginia Woolf.

Sin embargo, uno de esos tantos días,  meses antes de cumplir los 18 y  de su salida del orfanato, le invadieron distintos sentimientos. Diana había llegado a la conclusión de que sus esfuerzos no llegarían a ningún lado. No veía cambio alguno, se sentía decepcionada y humillada por las demás niñas y las cuidadoras que no hacían más que decirle que estaba como una tetera y que solo le faltaba tener un sombrero loco que la acompañase.
-      -  Esa no es la Diana que conozco, creía eres una luchadora – Dijo decepcionada por el cambio repentino de la muchacha mientras se tocaba el pelo donde le comenzaban a salir canas.
-         -  ! Nunca seremos escuchadas ! Estoy harta de estar en un segundo plano , de estar en estas cuatro paredes. Me siento como un pájaro enjaulado – Exclamó Diana a punto de entrar en llanto.
-       -   ¿Te acuerdas de aquella frase que tanto te gusta de Woolf? – prosiguió serena aun viendo lo derrotada que estaba su pupila.
-       -    No hay barrera, cerradura , ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de la mente – recitó recordando lo fácil que le resultó aprendérsela años atrás.
-          -      Me parece que ya tienes la respuesta. Esperaba darte esto en tu cumpleaños – le dijo a Diana de espaldas mientras buscaba algo entre sus pertenencias – Es mi regalo, es la matrícula en una academia quiero que sigas tus estudios. Me gustaría que lo aceptarás. Todo está arreglado para que empieces cuanto antes y no tienes que preocuparte por los pagos. – terminó de decir con lágrimas en los ojos.
Fue entonces cuando Diana se dio cuenta del envejecimiento de Cecil , de su bondad , de cuanto la quería y apreciaba. Aprendió  que aquella familia que tanto anhelaba siempre había estado con ella desde el principio y que nadie podría superar todo lo que Cecil había hecho por ella. La abrazó como si fuese la última vez y le dijo:
-                 -    Gracias por todo, por todos estos años, por tener tanta confianza en mí. Gracias por creer en mí. – Terminó de decir abrazándola mucho más fuerte.
-                  -    No hay nada que agradecer, hija – mientras se separaban.

Diana ya tenía decidido que quería estudiar. Quería ser profesora para así poder extender todo lo que ha aprendido. No le importaba no ser recordada, quería que las demás niñas luchasen por sus derechos y por la libertad de decidir su propio destino. Quería ser un ejemplo para otras mujeres. Y lo lograría sin lugar a dudas. 

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